¿Vives el escenario como un lugar más real que la vida? ¿Te sientes más vivo/viva cuando estás en escena que cuando estás fuera de ella? ¿Te reconoces más a ti mismo/misma (tienes una sensación de mayor “autenticidad”, de ser “más tu”) cuando estas sobre el escenario?
Hola, feliz año. He elegido esta opción tan filosófica de entre las posibles para entrar en el año nuevo porque estoy haciendo un retiro budista online (ya todo todo se puede hacer online. Si, eso que piensas dentro de poco tambien) y hoy tocaba ese tema que Calderón tan bien conocía: la realidad percibida como un sueño.
Una de las características del Budismo que me enamoraron y que he seguido amando después de más de 15 años de práctica, es la capacidad de unir el pragmatismo más descarnado y realista con una imaginería poética de elaborada belleza. Imagenes como las hojas de un loto abriéndose para mostrar una piedra preciosa o la Dakini que baila en el cielo, activan mi imaginación sensorial, sin que por ello olvide que uno de los objetos que la Dakini porta es un cuenco lleno de sangre y otro una daga, con la que rasga el velo de la ilusión.
Siempre he considerado el escenario como un espacio virtual, y a mí bailando como un personaje. La típica teoría del desdoblamiento del artista, etc,etc. Mi amor por el ritual me ha permitido disfrutar durante mucho tiempo de lo elaborado del maquillaje, el vestuario, el peinado, los accesorios, pero siempre resonaba dentro de mi la duda de si esa era yo por entero, o una parte pequeña o grande de mi. Y, sobre todo, cómo cambiaría mi baile, si todo eso desapareciese. He tenido el privilegio en los últimos años de irme desprendiendo, conviviendo todo ese tiempo con el miedo de que el público no me quisiera ver a mí, sino al personaje. Con el miedo de que el baile (o no baile) que yo podía ofrecer no lo quisieran. Tener miedo en escena es un gran privilegio.
La realidad como un sueño, el escenario como un sueño real, quien se sube al escenario y the… Abre los ojos, como decía Amenabar…
Empiezo el año ensayando para hacer de mí misma junto a David Montero, en una de esas autoficciones que se le dan tan bien. Velovelovelovelovelobelen.