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  • marotitamarota

Uno, Grande, Dignificado

Hoy voy a hablar de una asociación recién creada, el Consejo Nacional del Flamenco.

Empezaré diciendo que su presidente, Luis Adame, posee una dilatada y muy exitosa trayectoria como empresario. Esto, unido a la altísima calidad artística mantenida a lo largo de los años en su tablao barcelonés El Cordobés, prueban su conocimiento y experiencia en el sector, tanto en lo artístico como en el ámbito económico y de gestión.

El principal objetivo de la asociación es unir, algo tan difícil hasta ahora en el flamenco, y por ello, tan encomiable. No pude asistir ayer a la transmisión vía Zoom del acto de presentación pero he podido acceder a los estatutos, en donde se describen la razón de su constitución y sus objetivos.

Leo y lo primero que me sorprende es el tipo de unión que buscan. Quieren que todos estén dentro, no sólo artistas y empresarios, que ya es en sí mismo contradictorio, sino todos los demás, la industria flamenca al completo:

. “una entidad que agrupa y representa la totalidad de los agentes productivos del arte y de las economías del Flamenco, teniendo como base la defensa de sus valores culturales. Su objetivo es vertebrar los intereses de los individuos, agrupaciones, federaciones y empresas en una sola voz, y convertirse en la interlocutora válida ante las entidades, instituciones y foros que influyen, dependen y deciden sobre el Flamenco en cuestiones corporativas, económicas o macroeconómicas, culturales y políticas, tanto a nivel local, regional, nacional e internacional.”


Empresarios y trabajadores, es decir, artistas, no pueden pertenecer a una misma asociación porque sus intereses no son los mismos. Por supuesto, el interés compartido por ambos es hacer del flamenco una industria cultural próspera, reconocida, respetada y valorada (con medidas prácticas y no de palabra) al mismo nivel que otras industrias nacionales, por parte de las instituciones. Pero, en el camino hacia este interés común, los artistas a menudo deberán pararse a negociar, no “al lado de”, si no “frente a” los empresarios, por derechos básicos que aún se ven como privilegios.

Pero sigo leyendo, y de la sorpresa paso al susto.

. “… en una sola voz, y convertirse en la interlocutora válida ante las entidades, instituciones y foros que influyen, dependen y deciden sobre el Flamenco en cuestiones corporativas, económicas o macroeconómicas, culturales y políticas, tanto a nivel local, regional, nacional e internacional.”

En el flamenco no existe una sola voz. Una sola entidad, y además formada por miembros tan diversos, no puede erigirse en el único “interlocutor válido ante las (…) instituciones.”

¿Cómo se podría representar a la vez los intereses de, digamos, un luthier, una bailaora, una gestora cultural, un diseñador de moda flamenca y el dueño de un hotel? ¿Cómo unificar las condiciones laborales de profesiones tan diversas, cómo dar voz a sus necesidades o a sus reivindicaciones? ¿No es ya lo bastante complejo normalizar en la legalidad las condiciones precarias de tantos artistas flamencos, abandonados a su suerte durante y después de la pandemia? ¿Porque no empezar por el colectivo más damnificado, el que menos recursos tiene, no sólo económicos, sino entendidos como capacidad de acceso a oportunidades, a formación, a asesoría jurídica, a información?

En el flamenco no puede existir una sola voz porque eso significaría que hay un solo poder. Es decir, que el poder se ha acumulado en un solo lugar, grupo de individuos o institución. La diversificación del poder obliga al diálogo, a la negociación, a la búsqueda de un equilibrio. Porque, el enunciado “la defensa de sus valores culturales” (flamenco), plantea una duda preocupante: ¿cuáles son los valores culturales de “la totalidad de agentes productivos del arte y de las economías del flamenco”?. ¿Cómo pueden tener todos los mismos valores?¿Y porqué tenerlos? ¿Y qué ocurre con quién tiene valores distintos, para quien el flamenco culturalmente es algo distinto a lo defendido por esta voz unitaria? ¿Es apartado, invisibilizado ante las instituciones, pierde sus derechos por tener menos poder, por estar en minoría?

La acumulación de poder es peligrosa. Crea dogmas y autoritarismo. Y crea algo parecido a un sindicato vertical, perteneciente a otras épocas y a otras conciencias por parte de los artistas. Cada entidad dentro del flamenco: instituciones, críticos, empresarios, programadores y managers, artistas, etc, tiene su estructura, su problemática, sus justicias e injusticias, y dialoga y negocia con las otras según el poder que en cada momento posee. Es necesaria la buena fe y el espíritu de cooperación, pero sólo manteniendo los equilibrios de poder basados en las diferencias y en cierta confrontación se pueden lograr mejoras. Los artistas tenemos poder, no más que nadie, pero no nos ayudará entregarlo, y sí en su lugar usarlo para negociar, para ser un interlocutor digno, en la mesa frente a otras entidades.

Nadie puede representar a todos a la vez porque en realidad no estaría representando a ninguno.



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